Los ensayos ligados al concepto teórico de mexicanidad de mediados de siglo X

Introducción

Finalizada la etapa armada de la Revolución y eliminado el último de los caudillos durante la presidencia de Lázaro Cárdenas, la intelectualidad mexicana—desde la literatura, la filosofía, la antropología y el arte en general—entró en un periodo de reflexión respecto a la mexicanidad. Ya Justo Sierra había planteado la necesidad de definir lo mexicano, plantear soluciones concretas a los problemas nacionales y vincular lo nacional con lo universal. Después Antonio Caso criticó duramente al positivismo, pero en este debate, José Vasconcelos (1882-1959) tuvo una influencia definitiva no sólo por su polémica obra escrita, sino también porque, como funcionario público y político, tuvo la ocasión de influir en la política estatal cultural. Como se sabe, como secretario de educación pública se hizo asesorar de la intelectualidad de la época abriendo sendos espacios a pintores, escritores, bailarines, músicos, etc. Como narrador y ensayista se aventuró por el terreno de la identidad y el nacionalismo con resultados por demás contradictorios y controversiales. Sin embargo, Vasconcelos fue uno de los primeros, si no el primero, en platear una filosofía mexicana y/o americana. Otros intelectuales preocupados por lo mexicano fueron Henriquez Uneña, Emilio Uranga, Edmundo O’Gorman y José Gaos, entre otros.

De acuerdo a Abelardo Villegas en La filosofía de lo mexicano, la filosofía de lo mexicano encuadra en el historicismo de Ortega y Gasset y el existencialismo de Heidegger y Sartre y tiene como antecedentes el voluntarismo de Shopenhauer, el vitalismo de Bergson e incluso el positivismo comtiano.

En los años treinta, el grupo de escritores aglutinados en torno a la revista Contemporáneos se concentró—desde la vanguardia—en la literatura, no sin dejar de opinar en torno a las circunstancias por las que pasaba el país, como fue el caso de Jorge Cuesta. Otros escritores desde diversas tribunas intentaron definir la mexicanidad, tal es el caso de aquellos aglutinados en torno a la Revista Taller uno de cuyos distinguidos miembros fue Octavio Paz y quien en los cincuenta escribiría uno de los ensayos más influyentes sobre el tema El laberinto de la soledad.

Desde la filosofía y el psicoanálisis, Samuel Ramos publicó en 1934 El perfil del hombre y la cultura en México, ensayo de enormes repercusiones teóricas sobre la mexicanidad. De la misma manera, Leopoldo Zea, en trabajos como "En torno a la filosofía americana(1942) y El positivismo en México (1943), reflexionó sobre el pensamiento filosófico latinoamericano en general y mexicano en particular, impulsando la creación de una filosofía latinoamericana y desarrollando elementos teóricos que alimentarían la discusión en torno a la mexicanidad.

En el campo de la antropología, ya desde principios del siglo XX los iniciadores del indigenismo en México, Manuel Gamio y Alfonso Caso, en su afán por construir un país moderno, pusieron en la mesa de la discusión la problemática indígena. Propusieron la integración de las culturas indígenas a la cultura nacional bajo las premisas venidas del evolucionismo unilineal antropológico y formulando la idea de lo mexicano a partir, prácticamente, de la desaparición del indio.

Así, la mexicanidad ha sido discutida desde diversas barricadas teóricas: la filosofía, la psicología, la antropología. En las siguientes páginas nos proponemos discutir y confrontar diversos puntos de vista planteados a mediados del siglo XX respecto a este concepto, realizando un recorrido histórico que revele el resquebrajamiento de los conceptos de identidad y nacionalismo—íntimamente ligados a la idea de lo mexicano—construido desde el Estado mexicano e identificando cómo la literatura, impactada por la confrontación de los diversos proyectos de nación, recogió el tema.

Los laberintos de El laberinto

En 1950 aparece la primera edición de la obra ensayística más polémica e influyente en torno al debate sobre la mexicanidad, El laberinto de la soledadEmil Volek dice que: “El laberinto symbolizes Mexico and the poet’s coming of age. The book dazzled, hit home, and hurt. To some it was a Bible of mexicanidad, of being Mexican; to others it was an obscene gesture to the mother country” (642). En efecto, se trata de un libro de crítica social y de reinterpretación de la historia mexicana donde la otredad es un elemento clave en la definición de un supuesto carácter del mexicano. Aquí, Octavio Paz se aventuró por los terrenos de la sociología, la antropología, la filosofía y la psicología con resultados contradictorios, tomando cierta distancia de autores como Samuel Ramos y siguiendo los planteamientos del grupo Hyperión, principalmente de Leopoldo Zea.

Respecto a Ramos, como dijimos antes, publicó El perfil justamente en 1934, año que marcó el fin del periodo histórico conocido como maximato, el inició del cardenismo y el auge del discurso oficial sobre la mexicanidad. A partir del historicismo de Ortega y Gasset y la psicología de Adler, Ramos buscó responder a la pregunta sobre qué es el mexicano, concluyendo que su carácter se distinguía por un complejo de inferioridad producto de sus circunstancias, las metas inalcanzables que se trazaba y de no saber valorar las fuerzas propias para lograr sus propósitos. La manifestación de tal complejo se daría en la imitación que el mexicano hacía del americano y europeo, es decir, en el hecho de que no ha sido él mismo y en que oculta su verdadero ser bajo la cobija de la imitación. Este proceso inconciente lo libera de la incultura, pero los lleva a tener sentimientos de inferioridad que se expresan en conductas como el machismo, la inseguridad y la violencia. Es decir, según Ramos, la psicología profunda del mexicano explica su ser y, además, su cultura debe ser entendida como un producto de su hispanidad. De esta manera, la alternativa al caos nacional sería integrarse a la cultura universal. Y aquí es donde Ramos se vincula teóricamente con la tradición nacionalista seguida por el Ateneo de la Juventud y luego por Vasconcelos.

Estos planteamientos de Ramos influyeron notablemente en Octavio Paz que en su etapa formativa ya había leído a autores que le hicieron cuestionar lo hasta entonces escrito sobre el ser nacional. En efecto, el poeta leyó a Dickens, Proust, Kafka, Joyce y particularmente a Góngora, Quevedo, Paul Valery, T.S. Elliot y Ezra Pound. Estudió asiduamente a Benjamín Janés, a los poetas de la Generación del 27, la Revista de Occidente, Balzac, Zola, Borges y a los modernistas. Además, admiraba a Vasconcelos y había sido alumno de Pellicer, José Gorostiza, Julio Torri y del mismo Samuel Ramos. Por si fuera poco, Paz estudió la filosofía alemana, siguió a la vanguardia y admiró el surrealismo por su "resistencia al conformismo moral y político”. (Monsiváis 1998) Con tales antecedentes literarios y teóricos, el poeta se aventuró a discurrir en torno al tema de moda, la mexicanidad.

Son varios los recursos literarios y metodológicos que el poeta sigue en El laberinto y en este sentido podríamos dividirla en dos grandes secciones. Una que comprende del capítulo uno al cuarto, en donde, fundamentalmente desde la psicología y los tipos sociales, obtiene generalizaciones polémicas sobre la mexicanidad. La otra sección incluye los capítulos cinco al ocho y discute la historia de México desde una perspectiva historicista y circunstancial. Pensamos que esta podría ser la aportación más interesante del libro por ser menos especulativa con relación a los primeros cuatro capítulos al plantear evidencias históricas específicas. El último capítulo de la obra es una reflexión en torno a temas como el amor, el matrimonio, etc.

Ahora bien, los recursos ensayísticos a los que recurre el poeta en los primeros cuatro capítulos son, en primer término, el analizar al mexicano, o “lo mexicano”, a partir de tipos sociales como el pachuco y el macho; de personajes históricos como la Malinche, Cuauhtémoc y de símbolos religiosos como la guadalupana. Analiza también lo mexicano partiendo de las tradiciones: el día de muerto y otras fiestas y celebraciones populares; a partir del lenguaje: el albur, la chingada o la “voz mágica”, las “palabras malditas”, y el lenguaje popular en general. Es decir, Paz deduce el supuesto carácter y psicología del mexicano desde particularidades: “Para el mexicano—dice—la vida es una posibilidad de chingar o ser chingado” (102).

En segundo término, Paz declara en estos primeros capítulos que busca obtener respuestas a preguntas que le han inquietado y, en efecto, es posible encontrar en el texto ecos del proceso reflexivo de su autor; soliloquios en los que una voz argumenta para después, otra voz contraargumentar. Por ejemplo cuando etiqueta tajante y sin equívocos a la mujer mexicana, para después decir sobre su propia idea: “esta concepción bastante falsa...” y “habría que preguntar a las mexicanas su opinión”. (59) Después en “Los hijos de la malinche” (88) el autor se refiere al hermetismo y a lo insondable del mexicano, a los campesinos como remotos y “ligeramente arcaicos en el vestir y el hablar”, en la mujer como “figura enigmática”, imagen de la fecundidad y de la muerte; del obrero alienado y de las circunstancias sociales imperantes como explicación del carácter de los mexicanos. Sobre esto último la otra voz se deja oír: “El defecto de interpretaciones como las que acabo de bosquejar reside, precisamente, en su simplicidad”. (95)

En tercer término, en la primera sección del libro, Paz recurre a las ideas de pensadores—filósofos, sociólogos, psicólogos—como Simmel, Dilthey, Freud y Adler (a través de Ramos), Gaos, Sartre, Merleau-Ponty, Marx, Gauss y Ortega y Gasset, entre otros. A algunos siguió, pero de otros se deslindó, aunque a veces no con mucho éxito. Por ejemplo, de Ramos Paz escribió que su visión psicoanalítica era demasiado limitada. Sin embargo, El laberinto esta impregnado de razonamientos psicoanalíticos adlerianos en los que se afirma, entre otras cosas, que el mexicano sufre de sentimientos de inferioridad, lo que explicaría en parte su conducta: “La existencia de un sentimiento de real o supuesta inferioridad frente al mundo podría explicar, parcialmente al menos, la reserva con que el mexicano se presenta frente a los demás…” (40).

Y es que en los cincuenta, como a principios de siglo, se debatía sobre la mexicanidad desde diversas perspectivas teóricas, entre ellas precisamente el psicoanálisis. Se trataba de una moda. Primero Young y Adler, después Erich From y Wilhem Reich sacarían de los límites del consultorio las teorías de Freud, interpretando psicológicamente los hechos sociales. Años después, en la sección “Vuelta a El laberinto de la soledad” añadido al Laberinto en ediciones posteriores, Paz ratificó su postura: “…yo no quise hacer ni ontología ni filosofía del mexicano. Mi libro es un libro de crítica social, política y psicológica”. (307)

Y en efecto, en la obra lo histórico-social pasa por lo psicológico, como cuando el poeta sostiene que la llegada de los europeos coincidió con el apogeo de las divinidades masculinas prehispánicas. La conquista—dice—implicó el regreso de las divinidades femeninas, la más importante, Tonantzin-Guadalupe: “Este fenómeno de vuelta a la entraña materna, bien conocida de los psicólogos, es sin duda una de las causas determinantes de la rápida popularidad del culto a la virgen”. (108-9) Si Tonantzin velaba por la fertilidad de la tierra, Guadalupe fue un regazo frente a la orfandad. La tradición religiosa tiene entonces una causalidad psíquica. Pero, además, la contraposición a la madre virgen es la madre violada, es decir, la chingada o la entrega de la Malinche a Cortés. Malinchismo es la entrega, el abrirse al exterior y, para el poeta, el mexicano prefiere vivir cerrado al exterior, pero también al pasado. De ahí deduce que el mexicano condena su origen y se afirma como ente abstracto, no como indio, español o mestizo, sino como hombre. Por tanto, la orfandad es el fondo del asunto. Y aquí, nuestro autor propone una definición: “El mexicano y la mexicanidad, argumenta, se definen como ruptura y negación. Y, asimismo, como búsqueda, como voluntad por trascender ese estado de exilio. En suma, como viva conciencia de la soledad, histórica y personal”. (112-3)

En cuarto lugar, Paz apuntala sus argumentos extrayendo evidencias históricas—en las que profundizará en los capítulos cinco al ocho—contrastando, por ejemplo, el concepto de muerte del hombre prehispánico con el del mexicano actual, así como las deidades antes mencionadas de la Tonantzin prehispánica y la Guadalupe de la conquista.

En quinto lugar, los primeros cuatro capítulos de El laberinto son un enlistado de lo que según el autor son las características del mexicano: disimula sus pasiones, tiene temor a las apariencias, es hermético, se disimula a sí mismo y disimula la existencia de los demás, es fiestero (“nuestra pobreza puede medirse por el número y suntuosidad de las fiestas populares” 69) y gracias a las fiestas el mexicano se abre, se libera y estalla después de estar encerrado en sí mismo, etc. (75)

Como decíamos arriba, el capítulo cinco marca el inicio historicista de la obra en cuestión. El poeta nos habla de la conquista y la colonia y cómo las tradiciones prehispánicas prevalecen en el fondo de la cultura mexicana. Planteamiento que nos recuerda el México profundo de Bonfil Batalla. El recorrido histórico de Paz no es meticuloso, pero subraya acertadamente elementos claves que marcaron rupturas históricas como la coincidencia de la llegada de los europeos y la necesidad de liberación de algunos pueblos prehispánicos del yugo Azteca, o el descubrimiento y luego la conquista como una empresa renacentista que impuso la unidad frente a la pluralidad étnica. El autor subraya cómo esa unidad desapareció con la independencia y cómo después la Reforma juarista, con la Constitución de 1857, negó al mismo tiempo la herencia hispánica, indígena y católica (155). Justamente aquí es cuando—según Paz—México nació.

En suma, siguiendo a Monsiváis (1998) los temas de El laberinto serían:

1) El estudio del país como una entidad homogénea. Al inicio de su ensayo el poeta advierte:

Las preguntas que todos nos hacemos ahora probablemente resulten incomprensibles dentro de cincuenta años. Nuevas circunstancias tal vez produzcan reacciones nuevas. No toda la población que habita nuestro país es objeto de mis reflexiones, sino un grupo concreto, constituido por esos que, por razones diversas, tienen conciencia de su ser en tanto que mexicanos. (31-32)

Más tarde, en una de sus últimas entrevistas publicada en Letras libres, el autor insistió sobre los límites y propósitos de su ensayo:

Es una descripción del trato en una sociedad. Es un libro sobre una sociedad. Una sociedad no es lo que piensan los hombres únicamente, lo que hablan y piensan entre ellos. La palabra entre es fundamental porque la sociedad es relación sobre todo y la palabra entre es, sobre todo, eso: relación. A veces relación de oposición, a veces de afinidad. Porque soy mexicano: no podía describir otro país. Mexicano de una clase social y de una región. Hay partes de mi libro que seguramente no se aplican a los campesinos mexicanos, o a los indios de Oaxaca, o de Chiapas. (Enrico Mario Santí).

Pese a esta insistencia por circunscribir El laberinto a una población específica, a lo largo del texto no hay una delimitación precisa de lo mexicano y el lector asume que los conceptos e ideas aplican a todos los mexicanos.

2) Un segundo tema del libro sería el examen de una sociedad restringida. El Laberinto abre con el pachuco, personaje que, en tiempos en que se escribe la obra, domina el escenario de la ciudad de Los Ángeles. Para el poeta, el pachuco es un extremo del mexicano, es decir, de lo que podría llegar a ser: aislado, con conductas que pretenden llamar la atención, incapaces de adaptarse y de asimilar la civilización, disfrazado, encerrado en sí mismo y con sentimientos de inferioridad. Como hemos visto, el método introspectivo de Paz lo lleva a “insinuar respuestas” a preguntas personales (42). Y esas insinuaciones lo llevan a generalizaciones y a comparar al mexicano con el estadounidense. El primero es creyente, miente por fantasía, se emborracha para confesarse, es triste, desconfiado, etc. el estadounidense es exactamente lo contrario porque es moderno.

Luego Paz juega con las palabras interpretando, desde la psicología de Adler, el léxico popular. El “rajado” lo es porque se abre, es un cobarde, es falta de hombría y a fin de cuentas la preocupación por rajarse remite a la mujer, a su sexo. Por eso, para no rajarse, el mexicano se cierra, se vuelve impenetrable y formal. Entonces el poeta hace eco de la sociología de Simmel argumentando que quizás el tradicionalismo mexicano proviene de su amor a la forma. A partir de esta consideración aparecen una serie de calificaciones ahora sobre la mujer mexicana: no tiene voluntad, su cuerpo duerme, no busca, etc. Pero inmediatamente el autor reflexiona y se escucha la otra voz a la que hacíamos antes referencia. Entonces el discurso parece confuso y contradictorio aunque explicable si consideramos—como advirtió el autor—que se trata de reflexiones que buscan respuestas a inquietudes personales.

3) Un tercer tema de El laberinto es la actitud del mexicano no condicionada por los hechos históricos. Escribe:

Un hecho histórico no es la suma de los llamados factores de la historia, sino una realidad indisoluble. Las circunstancias históricas explican nuestro carácter en la medida que nuestro carácter también las explica a ellas. Ambas son lo mismo. Por eso toda explicación puramente histórica es insuficiente—lo que no equivale a decir que sea falsa. (95)

Sin embargo, como hemos visto, nuestro autor recurre a la historia para explicar hechos concretos del comportamiento del mexicano (primera parte del libro) y para explicar el presente a partir de rupturas históricas (como la segunda parte). Así por ejemplo, aborda temas como la muerte y contrasta el pensamiento prehispánico con el catolicismo. Para el primero la muerte es una manera de participar en la “regeneración de las fuentes creadoras” (78), para el segundo es un tránsito. El mexicano moderno por su parte, se burla y juega con ella debido a su indiferencia hacia la vida, porque para él la vida carece de valor. Por eso las fiestas, artesanías y demás manifestaciones populares sobre la muerte son burla de la vida. “Nostalgia de la muerte” de Xavier Villaurrutia y “Muerte sin fin” de José Gorostiza serían testimonios modernos de una conciencia sobre la muerte. Dice nuestro autor del segundo poema: “es quizás el más alto testimonio que poseemos los hispanoamericanos de una conciencia verdaderamente moderna, inclinada sobre sí misma, presa de sí, de su propia claridad cegadora” (85).

4) El cuarto tema del ensayo es la otredad como otro ángulo del nacionalismo.

El laberinto tiene que estudiarse considerando el contexto en el que fue escrito—más allá de su común uso enlistado de caracteres mexicanistas o como guía turística—en una época de búsqueda de una identidad luego del decantamiento de la Revolución, de las luchas intestinas en el gobierno, del fin de los caudillos regionales y de la consolidación de un estado centralista. Como escribe el Paz: “Es natural que después de la fase explosiva de la Revolución, el mexicano se recoja en sí mismo y, por un momento, se contemple” (31). Y en este sentido, el poeta cumple una función parecida a la de los liberales del siglo XIX, de meditación, autorreflexión y descripción de una realidad que el poeta vio primero desde los Estados Unidos luego desde Francia. La época de El laberinto es también de crítica a la izquierda estalinista y de la modernidad salvaje que lanzó a la miseria a la mayoría de la población y creó enormes diferencias socioeconómicas entre los países.

Así, hoy resulta inútil discutir la validez o no de las tesis de Paz vertidas e la obra en cuestión. En cambio, hay que reconocer que el libro abrió la discusión de temas antes soslayados, pero sobretodo que se adelantó a su época al poner en la mesa de debate la convivencia cultural, al prestar atención a los grupos marginados y minorías, al cuestionar los cánones dominantes, al recurrir a aproximaciones por medio de teóricas mixtas y al hablar del fin de los megarrelatos y de las ideologías. Además, el estilo del resulta novedoso para aquellos años: la presencia de otras voces, las metáforas y la poesía que se trasluce en sus párrafos. En otros términos, es un ensayo que al advertir el impacto y cambios de la modernidad, se convierte en un texto que hoy puede ser visto como posmoderno.

La mexicanidad desde la antropológia

La antropología mexicana abordó desde diversas perspectivas teóricas la noción de mexicanidad. Uno de los investigadores que más influyeron en torno al tema fue Gonzalo Aguirre Beltrán, quien, desde la antropológica pluricultural, se opuso a la visión integracionista del indio y a las perspectivas del funcionalismo. En su ensayo Regiones de refugio publicado en 1940, planteó que el indio no era un sujeto social aislado, que al contrario, se encontraba subordinado a la cultura nacional, pero que contaba con fuerzas internas favorables para el cambio y que estaba sometido a fuerzas externas que propiciaban su transformación (préstamos culturales o aculturación). Aguirre Beltrán identificó aquellas fuerzas que no favorecían el cambio social del indio mexicano, entre ellas, el condicionamiento cultural (endoaculturación) y el dominio externo que llamó proceso dominical. Aunque sus posiciones teóricas iban más allá del funcionalismo, propuso integrar las regiones interculturales a la sociedad nacional con el propósito de una mexicanidad única. A fin de cuentas, para él, como antes para Gamio y Caso, la identidad étnica era un obstáculo para el desarrollo nacional y un factor que propiciaba el dominio externo o proceso dominical hacia el indígena (Maya Lorena Pérez 2000).

Frente a las perspectivas integracionistas que habían sido promovidas décadas atrás por José Vasconcelos, aparecieron otras tendencias como la de Moisés Záens quien propuso considerar la situación sociocultural particular de los indígenas y crear un Departamento Autónomo de Asuntos Indígenas. Por su parte, desde una óptica marxista José Lombardo Toledano y Chávez Orozco hablaron en favor de las culturas indígenas argumentando que su situación de miseria se debía a las condiciones económicas y no a su cultura y tradiciones.

Al menos hasta los años cincuenta, las vertientes integracionistas dominaron la antropología. Con la aparición de El laberinto, el paradigma funcionalista empezó a ceder terreno apareciendo nuevas tendencias que interpretaron desde otras ópticas las relaciones interétnicas y la interrelación de los indios con la nación. Así, la idea de lo mexicano promovida desde el estado posrevolucionario hasta los años cincuenta, sufrió un resquebrajamiento en los sesenta.

En efecto, el gobierno de aquella época fomentó un mexicanismo dominado por las ideas antropológicas integracionistas, aunque, como sostiene Maya Lorena Pérez (2000), el paradigma funcionalista estaba “en proceso de desintegración durante el decenio de 1960” (128). Y estaba en crisis por que había demostrado su incapacidad para explicar las interrelaciones sociales inter y extra étnicas. El cuestionamiento vino de diversas fuentes. El marxismo desde hacía tiempo venía señalando la contradicción entre las relaciones sociales de producción y el desarrollo de las fuerzas productivas, centrándose en la lucha de clases y dejando de lado otros aspectos fundamentales como el de las iterrelaciones interétnicas. Como es sabido, el paradigma marxista se había popularizó en Latinoamérica a partir del triunfo de la Revolución cubana de 1959.

Varias teorías venidas de fuera impactaron el funcionalismo integracionista mexicano. Entre ellas la de la ecología cultural de Julian Steward, quien en 1955 publicó The Theory of Culture Change, y Eric Wolf quien centró sus estudios en temas relacionados con el poder, la política y el colonialismo. No podemos dejar de anotar que desde la economía y la sociología, la teoría de la dependencia criticó también al funcionalismo, planteando la desigualdad social en términos de la dualidad centro-periferia y sosteniendo que el Estado debía tomar un papel protagonista en la regulación de los mercados. La CEPAL fue el foro de este debate protagonizado por intelectuales de la talla de Fernando Henrique Cardoso, Theotonio Dos Santos, Enzo Faletto, Ruy Mauro Marini, entre otros.

La mexicanidad desde la literatura

En los años cuarenta aparecieron un conjunto de obras que reflejaban los tiempos: Nueva burguesía de Mariano Azuela (1941), Los muros de agua (1941), El luto humano (1943) y Los días terrenales (1949) de José Revueltas; Entre la piedra y la flor (1941)[1] de Octavio Paz, La negra Angustias de Francisco Rojas y Al filo del agua de Agustín Yáñez (1947), por citar algunas.

En la década de los sesenta, la creación literaria de escritores que años atrás había dejado una profunda huella en las letras gracias a su exaltación de la mexicanidad, ya no encontró audiencia. Es el caso de Agustín Yañez con Tres cuentos (1963). Los movimientos sociales, el paulatino cuestionamiento de las políticas sociales y económicas del Estado, la incredulidad de la población acerca de la herencia revolucionaria del régimen, el cuestionamiento al concepto oficial de mexicanidad, la falta de democracia y la carencia de espacios políticos, hicieron de los sesenta años de profundas transformaciones sociales y literarias. Fue una época que llevó la marca de, entre otros, Juan Rulfo, José Revueltas, Juan José Arreola y Carlos Fuentes.

Según José Luís Martínez (1995), distingue a estos y otros escritores de la época el hecho de que por primera vez “gozaron de una libertad de imaginación novelesca ajena a las obligaciones generalmente morales y políticas que imponía el nacionalismo cultural” (213). Fueron ellos quienes disolvieron la utopía de lo campirano, descubrieron la ciudad moderna, utilizaron el habla popular y emplearon “las experiencias intertextuales”. Esta generación de escritores estuvo influenciada por Juan Rulfo, Carlos Fuentes y Octavio Paz como también de otros escritores de fuera, entre ellos Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis, José Luis González, Alejandro Rossi, Augusto Monterroso, Pedro F. Miret y Luis Cardoza y Aragón.

En el campo del ensayo, la investigación sobre la mexicanidad se fortaleció con obras como La democracia en México (1965) de Pablo González Casanova, en donde se planteó el paradigma del colonialismo interno, según el cual las comunidades indígenas eran una especie de colonias internas o de sociedades colonizadas.

A tono con el debilitamiento del mexicanismo oficial y el empuje de nuevos movimientos culturales contestatarios, surgió también en los sesentas lo que Carlos Monsiváis llama en “Proyecto de periodización de la historia cultural de México” la literatura juvenil de la clase media (101) la cual, impactada por la contracultura norteamericana, se convertiría en la literatura de la onda. Gustavo Sainz, José Agustín Ramírez, René Avilés Fabila (1940), Parménides García Saldaña (1944-1982) y Juan Tovar (1941), hablaron de la otra mexicanidad, la de las drogas, el sexo, el rock y el reventón. Al mismo tiempo Jorge Ibarguengoita escribió parodias de la historia de México y de la mexicanidad a través de obras como Los relámpagos de agosto (1965) y Maten al León (1969).

 

Referencias

Aviña, Rafael, Carlos Monsiváis, Gabriel Figueroa Flores y Agustín Sandes Vidal. Los             olvidados. Una película de Luis Buñuel. México: Fundación Televisa, 2004.

Azuela, Mariano. Nueva burguesía. Buenos Aires: Club del libro, 1941.

Blanco, José Joaquín. La paja en el ojo. México: Universidad Autónoma de Puebla, 1980.

Bonfil Batalla. México profundo. México:

Martínez, José Luis. La literatura mexicana del siglo XX. México: CNCA, 1995.

Monsiváis, Carlos. “A donde yo soy tu somos nosotros”. La jornada semanal. 26 de abril  1998.

---“Proyecto de periodización de historia cultural de México”. Texto crítico (1975): 91-102.

Ramos, Samuel. El perfil del hombre y la cultura en México. México, Imprenta Mundial, 1934.

Revueltas, José. El luto humano. México: Organización Editorial Novaro, 1973

---Los días terrenales. México, Editorial Stylo, 1949

---Los muros de agua. México: ERA, 1980.

Rojas, Francisco. La negra Angustias. México: EDIAPSA, 1948.

Paz, Octavio. A la orilla del mundo. México: ARS, 1942.

--Bajo tu clara sombra y otros poemas sobre España. Valencia: Ediciones Españolas, 1937.

---El laberinto de la soledad. New York: Penguin Ediciones, 1997.

---Entre la piedra y la flor. México: Nueva Voz, 1941.

---Libertad bajo palabra. México: Fondo de Cultura Económica, 1949.

---Luna silvestre. México: Fábula, 1933.

---No pasarán. México: Simbad, 1936.

---Piedra de sol. México: Fondo de Cultura Económica, 1957.

Santí, Enrico Mario. “Entrevista con Octavio Paz”. Letras libres enero 2005. Junio 12, 2005. < https://www.letraslibres.com/interna.php?sec=3&art=10134>.

Villegas, Abelardo. La filosofía de lo mexicano. México: Fondo de Cultura Económica,  1960.

Volek, Emil. “El laberinto de la soledad”. Latin American literature. Ed. Verita Smith. Chicago: FD, 1997.

Yañez, Agustín. Al filo del agua. México: Editorial Porrúa, 1965.

 




[1] Quizás una de las obras que resumió la situación social del momento fue “Los olvidados” de Luis Buñuel. Rafael Aviña sostiene que la película consiste de “viñetas que se anteponían a las estadísticas oficiales de la época” (286), y en efecto, el filme muestra los extremos de la modernidad: ciudades perdidas, tiraderos de basura, edificios en construcción, indígenas y campesinos que migran, etc. Además, se trata de un documento de la infancia abandonada y una visión nunca antes tratada acerca de la maternidad. Su visión hiperrealista mostró un rostro diferente de la modernidad antes abordada de manera melodramática por el cine nacional. Con el tiempo, “Los olvidados” se convirtió en un “documento sociológico sobre el crimen, la violencia y la falta de oportunidades para los jóvenes” en momentos en que el estado centralista mexicano se empeñaba en montar al país en el caballo de la modernidad (Aviña 287).

 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Literatura y música

Génesis San Juan del Río, Querétaro Joven Guardia Acapulco Joven Guardia Acapulco Joven Guardia Gira por la Costa Chica Acapulco Zaramufta S...